Por: Ernesto C. León
Este 12 de mayo de 2025 se cumplen 32 años de la partida de Manuel Pérez Merino (1918-1993), compositor tabasqueño cuya obra se erige como un himno perenne a la identidad de su tierra. Nacido en Villahermosa, su vida fue un reflejo de la pasión por el terruño, traducida en más de un centenar de piezas que hoy forman parte del patrimonio cultural de México.
Desde su infancia, Pérez Merino mostró una precocidad excepcional: aprendió a leer a los tres años y, a los nueve, descubrió el piano bajo la guía de la maestra María Teresa Cahero. Este instrumento, rescatado de circunstancias adversas, se convertiría en su voz. Su tía Trinidad, “mamá Trini”, y el compositor Ezequiel López y Ocampo fueron pilares en su formación, forjando en él un estilo que mezclaba técnica y emotividad.
En 1938, impulsado por el consejo de su abuelo José María Merino para evadir la tensión política de los “camisas rojas” —grupo vinculado al régimen de Tomás Garrido Canabal—, Manuel se estableció en la capital. Allí, su talento brilló en radios como XEJP y escenarios nocturnos como el bar Casablanca. Fue en una madrugada fría, cerca de este lugar, donde concibió “Villahermosa”, tema que grabaría en un estudio improvisado de San Juan de Letrán. El acetato, enviado a su madre, se difundió en Villahermosa a través de un carro de sonido, convirtiéndose en un símbolo colectivo.
Tras dos años en la capital, regresó a su tierra. En el “Café del Portal”, acompañado de su amigo Jesús “Chucho” López Denis y con el apoyo de figuras como Don Pepe Alday Amábilis, consolidó su carrera. Rechazó ofertas de fama, incluida una invitación de Antonio Aguilar para viajar a Hollywood, prefiriendo la autenticidad de Tabasco. Su negativa a mudarse a la Ciudad de México, incluso durante una entrevista con Raúl Velasco en Siempre en Domingo, subrayó su convicción: “Mi inspiración está aquí”, afirmó, cerrando el diálogo con una honestidad que definió su carácter.
Entre sus composiciones destacan “Luna sobre el Grijalva”, “Camino de Frontera” y “Provinciana”, piezas que capturan paisajes y emociones tabasqueñas. En 1977, Tacotalpa lo nombró “Hijo Predilecto”, y en 1981 recibió el “Juchimán de Plata”, máximo galardón cultural de Tabasco.
Sus últimos años transcurrieron en una modesta casa de la calle Independencia, heredada de su tía. Entre partidas de dominó, salidas a La Parrilla y la compañía de su piano, siguió creando hasta su muerte en 1993. Hoy, sus melodías resuenan en festivales y junto al río Grijalva, recordando que su verdadero triunfo fue convertir el amor por su tierra en música imperecedera.
Manuel Pérez Merino no buscó gloria efímera; su grandeza radica en haber tejido, con notas y versos, la memoria sentimental de un pueblo. ■