FARO POLÍTICO | ¡Válgame Dios, qué veo! ► Columnista: Ernesto C. León

En “El dromedario y el camello”, José Rosas Moreno ─escritor, poeta y fabulista jalisciense (1838-1883)─ advierte cómo el propio burlón arrastra un defecto mayor, pero solo ve la falta ajena. Hoy, Morena se ve envuelta en un debate similar: imágenes de Ricardo Monreal cenando en el restaurante Flor y Nata de Madrid, de Andrés Manuel López Beltrán comprando en tiendas de alta gama en Tokio y de Sergio Gutiérrez Luna luciendo chamarras de más de 25 mil pesos en Nueva York ilustran un contraste evidente con el discurso de austeridad republicana que el partido predica.

La presidenta Claudia Sheinbaum y la dirigencia nacional de Morena han reaccionado apelando a la “justa medianía” juarista y asegurando que todos estos gastos provienen de recursos privados. Sheinbaum ha insistido en que “el poder se ejerce con humildad” y que los viajes lujosos “no tienen que ver con la transformación”. Por su parte, Luisa Alcalde  puntualiza que no está prohibido viajar, pero que “por congruencia” los militantes deben evitar lujos innecesarios para mantenerse cerca del pueblo y dar ejemplo.

La oposición, sin embargo, eleva nota en el coro de críticas. El senador Ricardo Anaya califica el fenómeno de “fraude e hipocresía”, olvidando que quienes acusan también gozan de vuelos en helicóptero y cenas exclusivas como derecho adquirido. Esta doble moral —señalar el derroche en otros mientras se defiende el propio— desdibuja cualquier diferencia real entre los partidos y convierte la austeridad en un arma arrojadiza.

En un país donde la inflación erosiona los salarios y millones luchan por cubrir la canasta básica, la discusión sobre relojes de alta gama y hoteles de cinco estrellas se convierte en frivolidad política. Este circo de apariencias no solo desvía la atención de las reformas estructurales pendientes —la crisis de seguridad, la reactivación económica y la atención a la desigualdad—, sino que corroe la legitimidad de un movimiento nacido del hartazgo frente a la ostentación.

¡Válgame Dios, qué veo! a morenistas y opositores enzarzados en una batalla de vanidades cuando el verdadero reto es recuperar la confianza ciudadana con resultados concretos. Para eso se necesita coherencia entre discurso y práctica, no solo palabras ni jorobas de lujo.

El país espera más que un desfile de vanidades: exige lealtad a la austeridad y compromiso con la transformación. ■

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