FARO POLÍTICO | Tabasco no es un infierno ► Columnista: Ernesto C. León

Durante su participación en el programa Telerreportaje, el diputado local del PRI, Fabián Granier Calles, calificó a Tabasco como un “infierno”. La expresión, aunque impactante, no es nueva en el discurso político local. Lo que sí resulta relevante es el contexto desde el cual se emite: un legislador que representa a una de las familias más cuestionadas  de la historia reciente del estado.

Granier Calles denunció la falta de diálogo institucional, la crisis en servicios públicos y el deterioro de la seguridad. Su diagnóstico, en términos generales, coincide con la percepción ciudadana. Sin embargo, omite un elemento esencial: el origen estructural de muchos de estos problemas.

Entre 2007 y 2012, Tabasco vivió una de sus etapas más controvertidas bajo el gobierno de Andrés Granier Melo, padre del actual legislador. Aquel sexenio fue señalado por desvíos millonarios, opacidad en la obra pública y un endeudamiento que aún pesa en las finanzas estatales. El exgobernador incluso enfrentó procesos judiciales por corrupción.

Hoy, su hijo se presenta como voz crítica del oficialismo, sin hacer referencia a ese pasado inmediato. La crítica es legítima en democracia, pero pierde fuerza cuando se ejerce sin autocrítica.

El señalamiento de carencias actuales —como escuelas deterioradas y hospitales sin insumos— debe ir acompañado de una revisión honesta del papel que jugó el PRI en la configuración de ese escenario.

Además, el uso del término “aplanadora legislativa” para referirse a la mayoría de Morena en el Congreso local resulta paradójico viniendo de un partido que durante décadas operó con lógica hegemónica en Tabasco.

El debate público se enriquece cuando las voces opositoras aportan argumentos, datos y propuestas. Pero también exige coherencia. Si el objetivo es reconstruir la confianza ciudadana, es necesario que quienes aspiran a representar al pueblo lo hagan con responsabilidad histórica.

Porque cuando un proyecto político se construye únicamente con base en acusaciones, tarde o temprano se derrumba bajo el peso de sus propias contradicciones. La legitimidad no se hereda ni se simula: se construye con verdad, con memoria y con compromiso.

Tabasco no es un infierno. Es una entidad golpeada por décadas de malas decisiones, pero también resiliente. La ciudadanía merece una clase política que no solo señale errores ajenos, sino que también reconozca los propios. Solo así podrá encenderse una esperanza genuina para el futuro del estado. ■ (Foto tomada de: congresotabasco.gob.mx)

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