FARO POLÍTICO | Notas sobre el ‘Golfo de América’ y la ‘América Mexicana’ ► Columnista: Ernesto C. León

En un giro tan inesperado como carente de fundamento, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, propuso renombrar el Golfo de México como «Golfo de América». Esta declaración generó una ola de reacciones tanto en Estados Unidos como en nuestro país, poniendo en el centro del debate las relaciones bilaterales entre ambas naciones.

La presidenta Claudia Sheinbaum no tardó en responder, subrayando la importancia histórica y cultural del nombre Golfo de México y rechazando categóricamente la propuesta de Trump. En su conferencia matutina, destacó que esta denominación ha sido reconocida internacionalmente desde 1607 y está respaldada por organismos como la ONU. Pero fue más allá; en tono irónico, sugirió que si Trump quiere cambiar el nombre del golfo, México podría llamar «América Mexicana» a una parte del territorio estadounidense, basándose en la Constitución de Apatzingán de 1814.

En este contexto, viene a colación la teoría cíclica del desarrollo de las civilizaciones del historiador y filósofo británico Arnold J. Toynbee, quien argumentó que las civilizaciones pasan por ciclos de auge y caída, y su capacidad para enfrentar desafíos determina su supervivencia. Esta teoría sugiere que los eventos y circunstancias tienden a repetirse a lo largo del tiempo, a menudo en patrones reconocibles. Un ejemplo de ello es la recurrencia de conflictos y guerras, a lo largo de la historia, las naciones han entrado en conflicto por razones como la competencia por recursos, el deseo de expansión territorial y las diferencias ideológicas.

Desde su triunfo en las elecciones de noviembre pasado, Donald Trump ha develado al mundo su interés particular en la expansión territorial de su país. Su mirada está puesta en Canadá ─a la que quiere convertir en el estado 51 de la Unión─ y en Groenlandia ─que pertenece a Dinamarca─. Incluso anticipa que los ciudadanos de ambos territorios estarían encantados de pertenecer a los Estados Unidos.

Lo que no parece saber Trump es que, en el caso de México, existen «heridas históricas» que siguen vivas en la conciencia colectiva de los mexicanos. Cualquier insinuación de cambios territoriales o falta de respeto a la soberanía nacional resuena con fuerza, evocando un pasado doloroso y reforzando la necesidad de defender la integridad y el orgullo nacional.

Y es que en 1836, tras 15 años como país independiente, México enfrentó la anexión de Texas a los Estados Unidos; y apenas diez años despúes, en 1846, debió cederle más de la mitad de su territorio, incluyendo California, Arizona, Nuevo México y partes de Colorado, Nevada y Utah.

Hoy, en pleno siglo XXI, Trump se empeña en imponer su visión expansionista sin tener en cuenta el contexto histórico y cultural de México, con declaraciones provocadoras y faltas de respeto a su soberanía. Por su parte, la presidenta Claudia Sheinbaum ha dejado en claro, una y otra vez, que está dispuesta a mantener una relación cercana y de entendimiento con Trump, al mismo tiempo que rechaza cualquier intento de imposición o dominación.

En el futuro, la relación entre México y Estados Unidos dependerá en gran medida de la capacidad de ambos líderes para encontrar coincidencias. La diplomacia y el diálogo serán esenciales para evitar un conflicto mayor y para construir una relación basada en el respeto mutuo y la cooperación.

La historia nos enseña que los eventos tienden a repetirse, y las tensiones actuales entre México y Estados Unidos no son una excepción. Solo a través del entendimiento y el respeto se podrán enfrentar los retos de la migración, los derechos humanos, el narcotráfico y la economía, entre otros muchos temas, para delinear un futuro más próspero para ambas naciones. ■

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