En esta era digital —que los cincuentones gozamos y sufrimos— las redes sociales se han convertido en una extensión de nuestra vida cotidiana, sea a lo que sea que nos dediquemos. Plataformas como Facebook, Instagram, X y LinkedIn nos permiten conectar con amigos, familiares y colegas, compartir momentos importantes y expresar nuestras opiniones. Sin embargo, esta exposición constante también trae consigo una serie de dilemas y temores que afectan nuestra interacción en línea.
Uno de los temores más comunes es el de sentirse expuesto al dar un «me gusta» o reaccionar a una publicación, sobre todo cuando se trata de temas sensibles o controversiales. La preocupación de que un empleador, un docente o cualquier persona en una posición de autoridad pueda ver nuestras interacciones y juzgarnos por ellas es real y cotidiana. En un mundo donde la imagen pública y la reputación están sobrevalorados, cada clic puede parecer una decisión de alto riesgo.
Por otro lado, existe la presión de reaccionar positivamente a las publicaciones de las redes oficiales de la empresa o institución donde laboremos, la escuela u otros grupos sociales. No hacerlo puede interpretarse como una falta de apoyo o compromiso, lo que podría tener repercusiones negativas en nuestra vida profesional o académica.
Este fenómeno crea una paradoja: nos sentimos obligados a participar activamente en las redes sociales, pero al mismo tiempo, tememos las posibles consecuencias de nuestras acciones.
Por supuesto, las posturas ideológicas y políticas también juegan un papel preponderante en esta dinámica. En un entorno polarizado, expresar una opinión o reaccionar a una publicación puede ser visto como una declaración política, lo que puede llevar a conflictos y represalias. Para muestra, un botón: desde la campaña de Andrés Manuel López Obrador en 2018, la radicalización de la izquierda y la derecha en las «benditas redes» llevó a que unos a otros se llamen «chairos» y «fifís», por decir lo menos.
Así las cosas, cada «me gusta» puede ser un acto de valentía o una trampa mortal. Nos movemos en un campo minado de opiniones y juicios, donde ser neutral es casi un superpoder. Pero, ¿quién dijo que la vida en línea sería fácil? Al final del día, solo nos queda navegar en aguas revueltas, tratar de mantener nuestra autenticidad y, por qué no, reírnos un poco de la locura que son las redes sociales.
No olvidemos que un «me gusta» es solo eso, un simple clic. Así que sigamos compartiendo, comentando y reaccionando, pero siempre con una buena dosis de sentido común.
Hasta la próxima publicación, y no olviden dar «me gusta» y «compartir» a esta columneja. ■