El próximo 1ro. de junio, México vivirá la inédita elección popular de cargos que renovarán el Poder Judicial. Mientras en los últimos años hemos sido testigos de múltiples relatos mediáticos que han moldeado y, en ocasiones, distorsionado la imagen de la justicia, este proceso se perfila como la oportunidad para dejar atrás prejuicios y reinventar la forma en que entendemos la administración de la ley.
Recordemos cómo La Tremenda Corte, con personajes tan emblemáticos como José Candelario Tres Patines, solía parodiar los juicios con un humor callejero que, si bien entretenía, dejaba tras de sí la imagen de una justicia tonta y manipulable. En tanto que Laura (de Laura Bozzo), Rocío… Siempre Contigo (de Rocío Sánchez Azuara) y Caso Cerrado (con la Dra. Polo) convertían los conflictos legales en espectáculos morales, entre el autoritarismo y el melodrama.
Estas narrativas, ya sean cubanas, estadounidenses o mexicanas, marcaron la percepción popular: o bien la justicia es fácil de manipular y cómica, o bien es intransigente y moralina, muy ajena a las necesidades reales de la gente.
Hoy, sin embargo, la elección judicial exige que votemos con una mirada crítica, alejada de estos estereotipos.
En disputa se encuentran cargos que, en conjunto, abarcan desde 9 Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), 2 Magistraturas vacantes de la Sala Superior del TEPJF, 15 Magistraturas de las Salas Regionales, 5 Integrantes del Tribunal de Disciplina Judicial, hasta 464 cargos para magistraturas de circuito y, de particular relevancia, 386 posiciones de jueces de distrito.
Vale la pena subrayar que estos últimos son la cara visible y directa de la justicia para el ciudadano. Su función consiste en resolver conflictos diversos —desde desalojos injustos hasta abusos policiales—, siendo ellos los encargados de dar una respuesta rápida, entendida y apegada a la norma en materia civil, penal, y administrativa; así como proteger los derechos constitucionales frente a actos de autoridad mediante el amparo indirecto.
A diferencia de los altos cargos tradicionales, que durante décadas se codearon con el poder político y económico, distanciados de los verdaderos intereses del pueblo, los jueces de distrito son los que, en sentido práctico, definirán si la reforma judicial llega a las personas de a pie o se pierde en el papel.
La reforma al Poder Judicial no es solamente un cambio de rostros; es el reto monumental de desmontar viejas canonjías y de erradicar un sistema que, en el pasado, permitió escandalosas omisiones y abusos.
Este proceso electoral es, pues, una invitación a replantearnos lo que entendemos por justicia. No se trata de votar por un espectáculo ni de elegir héroes mediáticos, sino de seleccionar a personajes que, como verdaderos servidores públicos, estén comprometidos con el interés general y que respondan, en su día a día, a las exigencias y desafíos de un México que reclama equidad, empatía y, sobre todo, justicia.
Tenemos a mano la oportunidad de romper mitos y reconstruir un Poder Judicial que responda al sentir y las necesidades de cada mexicano. ■