Estados Unidos ► Este sábado, la capital de Estados Unidos fue el escenario de uno de los espectáculos castrenses más imponentes de las últimas décadas. Con motivo del 250º aniversario de las Fuerzas Armadas, se organizó un desfile militar que reunió a casi 7 mil soldados, impresionantes formaciones de tanques, vehículos blindados, 50 aeronaves y paracaidistas sobrevolando las inmediaciones de la Casa Blanca. El evento, cuyo costo se estimó en 45 millones de dólares, pretendía rendir homenaje a dos hitos: la larga tradición militar del país y, de forma simultánea, la celebración del 79º cumpleaños del presidente Donald Trump, quien aprovechó la ocasión para enfatizar su discurso nacionalista.
El contexto oficial del desfile se enmarca en la conmemoración de la historia y trayectoria del Ejército estadounidense. Durante el acto, Trump subió a un palco y pronunció un discurso en el que reiteró la fortaleza y resiliencia del país, mientras exaltaba el rol fundamental de los militares en el mantenimiento de la seguridad nacional. Sin embargo, la coincidencia del evento castrense con su cumpleaños no pasó desapercibida para muchos críticos, que interpretaron la celebración de estos dos hechos como una maniobra de autopromoción personal y una posible consolidación de un estilo autoritario en la conducción del país.
Mientras la noche en Washington D.C. se iluminaba con el estruendo de los cañonazos y el rugir de los motores de los tanques, en diversas ciudades estadounidenses se gestaron protestas que vertieron la ira ciudadana contra lo que algunos consideran la instrumentalización política del despliegue militar. En lugares tan dispares como Nueva York, Los Ángeles, Houston y Miami, miles de manifestantes se congregaron bajo el lema “No Kings Day” para denunciar lo que vieron como un uso propagandístico del aparato militar con fines de exaltación personal. Estas movilizaciones, que en algunos casos derivaron en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad –incluyendo el uso de gases lacrimógenos y detenciones– reflejaron la profunda polarización política y social que vive el país.
Diversas voces de la oposición han calificado el desfile como un “acto de tiranía” y han cuestionado la ética de mezclar una celebración institucional –destinada a honrar la historia del Ejército– con una efeméride personal del mandatario. Algunos activistas, apoyados incluso por personalidades del ámbito cultural, señalaron que este tipo de eventos contribuyen a la consolidación de un liderazgo que se asemeja al de un monarca, donde el uso de recursos públicos para fines de autopromoción podría socavar los principios democráticos. ■