Ciudad de México ► Una investigación reciente realizada por la Universidad de Ciencias Aplicadas Laurea en Finlandia y publicada en Annals of Medicine ha puesto de manifiesto que comportamientos nocivos como fumar, beber en exceso y la falta de actividad física comienzan a afectar la salud —tanto mental como física— mucho antes de lo que se había supuesto, con evidencias claras en personas de tan solo 36 años.
El estudio, de carácter longitudinal, siguió a cientos de niños nacidos en Jyväskylä en 1959, evaluándolos inicialmente a los 27 años (con una muestra de 326 participantes) y posteriormente a los 36, 42, 50 y hasta los 61 años (206 participantes en la última evaluación). Los investigadores combinaron encuestas sobre síntomas depresivos y bienestar psicológico para medir la salud mental, y crearon una puntuación de riesgo metabólico —basada en parámetros como la presión arterial, la circunferencia de la cintura y los niveles de azúcar, colesterol y otras grasas en sangre— para evaluar la salud física.
Los resultados son contundentes. Aquellos individuos que presentaban simultáneamente los tres hábitos poco saludables mostraron un deterioro significativo: sus síntomas depresivos aumentaron 0.1 puntos, la puntuación de riesgo metabólico se incrementó en 0.53 puntos, el bienestar psicológico disminuyó 0.1 puntos y la autoevaluación de la salud se redujo en 0.45 puntos, según las escalas utilizadas (de 1 a 4 para las medidas psicológicas y de 1 a 5 para la autoevaluación de salud, mientras que el riesgo metabólico se puntúa de 0 a 5). Además, cuando estos comportamientos se mantuvieron a lo largo del tiempo, el impacto en la salud fue aún mayor: los síntomas depresivos se elevaron 0.38 puntos y la puntuación de riesgo metabólico aumentó hasta 1.49 puntos.
El análisis diferencial también reveló asociaciones específicas entre cada hábito y distintos aspectos de la salud. La falta de ejercicio se correlacionó principalmente con un peor desempeño físico, el tabaquismo mostró una relación más marcada con el deterioro de la salud mental, mientras que el consumo excesivo de alcohol afectó de manera considerable ambas dimensiones, física y mental. Estos hallazgos destacan que los daños acumulativos de un estilo de vida poco saludable comienzan a hacerse evidentes ya en la madurez temprana, especialmente alrededor de los 35 años.
La doctora Tiia Kekäläinen, autora principal del estudio y experta en salud y envejecimiento, enfatizó:
«Abordar los comportamientos de riesgo —como fumar, beber en exceso y la inactividad física— lo antes posible es fundamental para disminuir el riesgo de desarrollar enfermedades no transmisibles, como las cardiopatías y el cáncer, y para evitar que el daño se acumule a lo largo de los años. Sin embargo, nunca es tarde para adoptar hábitos más saludables, ya que incluso en la mediana edad se pueden obtener beneficios para la salud en la vejez.»
Además, el estudio abre la puerta a futuras investigaciones sobre la interacción entre genética y estilo de vida. Esto se vislumbra en la interrogante acerca de si ciertos genes pueden determinar, en parte, la respuesta al estrés y cómo esta predisposición podría modular el impacto de los malos hábitos en la salud mental de una persona.
Estos hallazgos representan un llamado a la acción. La evidencia muestra que las decisiones relativas a fumar, beber y la actividad física en la juventud y adultez temprana tienen consecuencias que se acumulan y pueden transformar significativamente la calidad de vida mucho antes de la vejez. Los expertos recomiendan fomentar estilos de vida saludables desde temprana edad, resaltando que las mejoras —incluso cuando se adoptan en la mediana edad— tienen el potencial de reducir el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas y de mejorar el bienestar general en el largo plazo. ■