Ciudad de México ► Escrito a finales de los años 30, «Grito hacia Roma» es un poema en el que Federico García Lorca expresó su indignación ante la indiferencia de la Iglesia frente al sufrimiento de la época, incluyendo la Gran Depresión. Publicado póstumamente en 1940 en el libro «Poeta en Nueva York», este poema ha sido traducido a 27 lenguas originarias de América Latina gracias a la colaboración de la UNAM y el Instituto Cervantes de España.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del Gobierno de España, destaca que Lorca es un símbolo de libertad y una figura clave de la cultura española. La traducción internacional enriquece su legado cultural y promueve la interculturalidad, subrayando la importancia del respeto a la diversidad como base del progreso. Leonardo Lomelí Vanegas, rector de la UNAM, añade que este proyecto no solo rinde homenaje al poeta granadino, sino que también celebra las lenguas indígenas como pilares de una nación multicultural.
Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, afirma que «Grito hacia Roma» es un urgente llamado al amor, la justicia y la fraternidad. En esta ocasión, el mensaje del poema se amplifica a 12 lenguas de México y 15 de otros países latinoamericanos, incluyendo aimara, mapuzugun, guaraní y quechua.
La traducción del poema contó con la participación de notables autores y poetas de México y otros países latinoamericanos. «Grito hacia Roma» se presentará en la 38 Feria Internacional del Libro de Guadalajara el 4 de diciembre, con la intervención de Luis García Montero, Leonardo Lomelí Vanegas y varios escritores en lenguas indígenas. ■
Grito hacia Roma
Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
Peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
Y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.
Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.
Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.