El Puntal | Libros para todos, lectores por construir ► Columnista: Pablo Cámara

El Zócalo capitalino presenció hace unos días una escena de proporciones inéditas: la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo puso en marcha la entrega gratuita de dos millones y medio de libros del Fondo de Cultura Económica, destinados a jóvenes de México y América Latina. El gesto, simbólicamente poderoso, evoca aquellas jornadas de alfabetización masiva que marcaron los ideales revolucionarios del siglo pasado, cuando maestros rurales llevaban cartillas y esperanza a los rincones más olvidados del país.

Sin embargo, la historia ha demostrado que la emancipación del espíritu no se alcanza mediante el simple acto de colocar un libro en las manos de quien aún no ha desarrollado el hábito de leer. La revolución de las conciencias a la que aludió la mandataria desde la Plaza de la Constitución no se gesta por decreto ni se materializa únicamente con el reparto de volúmenes, por valiosos que estos sean.

La entrega de libros representa apenas el umbral de un camino más largo y complejo. Su potencia transformadora permanecerá dormida si no se activan los mecanismos que convierten la lectura en experiencia vital.

La presidenta Sheinbaum acierta al señalar que la lectura constituye una forma de construcción individual y colectiva que demanda mayor profundidad que el consumo fragmentado de ideas que ofrecen las redes sociales. Vivimos en una época de saturación informativa donde la atención se dispersa entre notificaciones, memes y titulares diseñados para el escándalo instantáneo. En este contexto, el libro representa una resistencia: exige tiempo, concentración, la voluntad de adentrarse en el pensamiento ajeno sin la mediación del algoritmo.

Michele Petit, la antropóloga francesa que ha dedicado décadas a estudiar el papel de la lectura en escenarios de crisis y marginalidad, documentó cómo los libros pueden funcionar como espacios de reconstrucción subjetiva en comunidades devastadas por la violencia o la pobreza. Pero Petit también subraya que esta magia no opera automáticamente. Requiere mediadores: maestros, bibliotecarios, promotores culturales que acompañen, que generen conversaciones y tiendan puentes entre el universo del lector y el del texto.

Aquí radica el desafío mayor que enfrenta esta iniciativa gubernamental. El despliegue cultural es loable, nadie podría negarlo, pero la verdadera transformación social a través de la lectura demanda infraestructura no solo física, sino también humana y pedagógica.

Los círculos de lectura, los talleres de escritura y los espacios de discusión donde se debate y se contrasta lo leído con la experiencia vivida son las prácticas que convierten el acto solitario de leer en un fenómeno de conciencia colectiva.

Es preciso que los gobiernos estatales y municipales se comprometan más con la creación y el fortalecimiento de bibliotecas públicas dignas, con horarios accesibles y personal capacitado. Deben destinarse recursos a la formación de promotores de lectura que trabajen en las escuelas, en las comunidades y en los espacios públicos. Asimismo, resulta indispensable vincular estas acciones con las universidades y con las organizaciones de la sociedad civil que, durante años, han sostenido proyectos de fomento lector con presupuestos exiguos y una voluntad férrea.

Conviene no perder de vista que en muchas escuelas y bibliotecas del país abundan libros que nunca fueron leídos, donaciones que terminaron acumulando polvo por falta de mediación entre los textos y sus lectores potenciales. La distancia entre un libro guardado y un libro leído es abismal: el primero es un objeto inerte; el segundo, un agente de transformación.

El acompañamiento que se menciona como necesario implica crear comunidades lectoras donde se cultive el placer por la lectura, donde los jóvenes encuentren en los libros no una obligación escolar, sino un espacio de descubrimiento, de aventura intelectual y emocional.

Los miles de libros que ahora circularán pueden ser el inicio de una transformación genuina o un gesto vacío, según el uso que se les dé. La materia prima está ahí, a la espera. Pero un libro no cumple su destino hasta que encuentra a su lector, y ese encuentro rara vez es fortuito. Requiere pedagogía, paciencia y una comprensión clara de que la formación de lectores es una inversión a largo plazo, cuyos frutos no se cosechan en un sexenio, sino en generaciones.

La revolución de las conciencias es posible, siempre que se reconozca que los libros son el instrumento, no el fin en sí mismos. ■

 

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