FARO POLÍTICO | ¿Dónde están los niños? ► Columnista: Ernesto C. León

A inicios de año, la titular de la Secretaría de Educación de Tabasco se quejó de la baja demanda de lugares en el nivel básico; incluso, ordenó extender el plazo de inscripciones y, para darle un toque mediático, invitó a jóvenes bachilleres a tener hijos y no “perrhijos”; mientras, la Asociación Nacional de Padres de Familia atribuye la baja matricula al desempleo. Sin embargo, los datos duros cuentan una historia diferente.

En el ciclo 2020-2021, las escuelas públicas de educación básica registraron 513, 794 alumnos, mientras que las particulares sumaron 27,473. Para el ciclo 2024-2025, el sostenimiento público cayó a 471,734 alumnos en tanto que el privado aumentó en 2,072 para acumular 29,545. Esa dinámica implica que, aunque el total de inscritos descendió, la proporción de quienes optan por planteles particulares subió de poco más de 5% a casi 6%.

Esa ganancia en lo privado no obedece a la bonanza económica de las familias, sino a las deficiencias de lo público. Padres hartos de aportar “cuotas voluntarias” y artículos de limpieza, de sanitarios sin agua corriente y de planteles sin maestros por meses. Padres enojados porque en cada periodo de asueto los ladrones acarrean con aires acondicionados, ventiladores de techo y hasta puertas de salones.

Por si ello fuera poco, Tabasco enfrenta un descenso demográfico: en 2008 se contabilizaron 48,272 nacimientos; en 2024 apenas 24,999, una caída de 48.2% en menos de dos décadas. Su tasa de fecundidad pasó de 4.3 hijos por mujer en 1980 a 1.6 en 2023, reflejo de una tendencia al desinterés por la maternidad y la paternidad que supera la simple moda de los “perrhijos”.

A principios de mes, se reportó que el ingreso corriente promedio trimestral por hogar en Tabasco pasó de 57,571 pesos en 2022 a 65,001 en 2024. Este crecimiento ─superior al promedio nacional─ explicaría en parte el que los padres decidan inscribir a sus hijos en planteles particulares y salvar así los múltiples obstáculos de la educación pública. Y conste que no hablamos de calidad, solo de funcionalidad.

La pregunta entonces no es dónde están los niños, sino quién va a recuperar la confianza de los padres. Porque el problema no solo es demográfico, es institucional: familias que ya no creen en la capacidad del sistema público para cumplir con lo básico. Si las autoridades educativas no atienden las fallas estructurales, la deserción no será solo escolar, sino social. Y eso sí tiene consecuencias de largo plazo. ■

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